Hoy les llevaré a un lugar muy muy lejano y que, en
realidad, no existe, aunque debiera… Utopía, una República donde, por increíble
que les parezca, todos sus habitantes han alcanzado la felicidad. Todos, sin
excepción que valga.
Hasta Utopía se llega en barco. Es una isla pero nació
península. Fue su príncipe y fundador quien mandó cortar el istmo que la unía
al resto de la tierra. Está dividida en cincuenta y cuatro ciudades iguales y
separadas unas de otras de modo que el viaje hasta la más cercana no se demore
más de un día. En todas tienen la misma lengua, costumbres, instituciones y
leyes. Estas últimas, por cierto, son muy pocas y muy simples. Así que
cualquiera en Utopía las conoce, entiende y respeta. Allí no existen los
pleitos.
La capital de Utopía es Amauroto. Donde está el Senado que
ningún asunto resuelve sin meditarlo, al menos, con tres días de antelación.
‘Se piensa primero, se habla después’, ese es su lema.
Los utópicos trabajan seis horas al día. Tres por la mañana y
otras tres por la tarde. Cada dos años se turnan para cultivar los campos: los
agricultores vuelven a la ciudad y los urbanitas al arado. Es lo mejor y más práctico:
no se pierde el oficio y puede enseñarse a las generaciones futuras. Para que
la población no aumente o disminuya cada familia debe tener entre diez y
dieciséis hijos. Si alguna se excede, presta sus vástagos a otra con escasez.
A pesar de que todos los habitantes entrenan asiduamente las
disciplinas militares para, en caso de necesidad, no encontrarse torpes… Aquí
¡sorpresa! No existe la guerra, no la creen necesaria. Tampoco las riquezas.
Con ellas castiga a los criminales. Cuando alguien comete un delito se le colma
de joyas y piedras preciosas. Imaginen: andan por la calle con enormes aros en
las orejas, los dedos llenos de anillos y el cuello cuajado de collares.
Puede parecer el mundo al revés pero lo cierto es que en
esta isla nadie carece de nada. Sin propiedades todos son ricos… ¿Quieren saber
el secreto? El bien público prevalece, siempre, sobre el privado. Menuda
tontería ¿verdad? Les dije al principio que, aunque no lo merezca, Utopía es un
país inventado.
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