viernes, 23 de septiembre de 2016

VUELA. (O cómo usar arbitrariamente los signos de puntuación)

- Me das miedo – dijo.
Aleteé asombrada.

Entre el amor y el odio hay una rosquilla, un corte de pelo y un amigo bocazas, una noche de verano, un portazo, un río, una verbena desafinada, una caravana. Entre el amor y el odio hay 68 kilómetros de autovía. Hay una cueva, un faro, una guitarra, tostadas con tomate, una voz que no es la mía. Hay siete jardines, un rebaño de mariposas blancas, una marea de caracoles, una fotografía en blanco y negro, 73 días, una luna llena. Hay un teatro, café recién hecho, unas zapatillas rojas, cazón en adobo, diez atardeceres, un cumpleaños. Hay un hospital, un bicho palo, cuarenta y tres grados a la sombra, una cometa, un pueblo blanco, otra cicatriz por valiente, carne con tomate. Entre el amor y el odio hay un camión de hielo, un par de tacones rotos, un cuarzo rosa, varias constelaciones, un rap, un campo de girasoles. Hay un perro sin dueño, colillas, libros de viajes, poca poesía, flores secas, unas pinzas para las cejas. Hay zumo de sandía, un gato amarillo, un bote de espuma, un peine, una raíz de jengibre, un abismo, una oveja negra. Entre el amor y el odio están todos los cuentos de Gabriel García Márquez, también las Villuercas, hay una charca, un espejo redondo, un golpe de estado, una bicicleta. Hay un par de cervezas y dos chupitos de limón. Hay una pecera. Entre el amor y el odio hay un finísimo hilo que es una mentira. Tan mínimo es que, si te distraes, no lo ves. Yo avanzo haciendo equilibrios y tan pronto caigo hacia un lado como hacia el otro.

- ¿Cómo?
- Me das miedo – repitió.

Ha pasado un mes y aún sigo volando.