martes, 4 de septiembre de 2012

FANTASMAS

Se me apareció el mismo día que comenzó la lluvia. Durante los meses de invierno no había caído ni una gota. La dehesa, amarilla y sedienta, clamaba agua. Cuarenta grados en pleno febrero era demasiado, incluso para las gentes de estas tierras, recias, nacidas de entre los canchales. Aquel año las cigüeñas no hicieron las maletas y, atontadas por el calor, pasaban el día sesteando desparramadas en lo alto de la iglesia. Por la noche, despabiladas ya, hacían el gazpacho en asamblea. A nadie le importaba el castañeo de madrugada pues era, precisamente entonces, cuando el pueblo volvía a la vida. La canícula insoportable había terminado por transformarlo todo - calles, plaza, el ultramarinos de la Milagros y hasta la tahona- en un desierto sordo y mudo.

Cuando las primeras gotas comenzaron a golpear los cristales le vi fambleando en el horizonte. Nunca hubiese pensado que era un fantasma. No se parecía a ninguno de los que había visto antes.

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