miércoles, 5 de septiembre de 2012

CUANDO Y CONOCIÓ A X

Lo primero que vio de ella fue un moño tieso y altanero. Cruzaba por entre el resto de las cabezas presumiendo de un par de claveles. Concentró toda la atención en seguirlo y no extraviarlo, perdiéndose a propósito del parloteo de su primo.

- Me casaré con ella
- ¿Con quién?
- Con aquella morena del moño, la que está entrando en la iglesia.

Cinco años y una barriga después salían del mismo templo bajo una lluvia de arroz y bañados en un mar de lágrimas. Apenas unas horas antes del enlace, y por joder, la abuela de la novia murió atragantada por la pipa traicionera de u na sandía. Al mismo tiempo que la boda celebraron el entierro y, mientras unos besaban al marido, otros acompañaban en el sentimiento a la mujer. En cierto modo y, matemáticamente, en parte se cumplió el deseo de la suegra de ella: casarlos de noche y negro riguroso por el escándalo del bombo. No imaginaba la señora cuánto más gordo sería el jaleo cuando el preñado fue, años después, el hijo.

Cuando Y conoció a X no imaginó que la vida - ¡esa rueda!- le giraría dos veces vertiginosamente, una hacia cada lado, para chocar estrepitosa en un delicado punto de inflexión y equilibrio. Tan exacto y preciso como el complicado resultado decimal de una laberíntica ecuación atacada de variables. Perdió - siempre fue de letras, aunque exactas- los mejores años de su vida consumido por los cálculos erróneos y buscando soluciones en una botella. Error más error marchitó hasta el infinito al amor, único, de todos, la suma, de sus días.

Así, sin saber ni torta de números, se enamoró locamente de su pelo oscuro y sus ojos verdes. De su cara de aceituna.

- Morena ¿bailas?
- No.
- Anda, mujer - le susurra una amiga al oído- baila con él, que es un buen chico.
- No.

Le hacía desaires, le miraba mal y fingía tos cada vez que le pasaba cerca.

- Morena ¿bailas?
- No.

Cuarenta días con sus noches estuvo en cama. Tirintando de fiebre, sudando la rabia de su indiferencia envuelto en sábanas de franela y una bolsa de agua caliente a los pies. Gritaba, escupía, maldecía y lanzaba cosas por los aires. Hubo que ponerle correas y, más tarde - cuando también comenzó a moder-, un bozal. La madre recogía la contrariedad, el desamor, que le perlaba la frente con una compresa empapada en agua bendita y rezaba el rosario junto al catre pidiendo al Santísimo que no hubiera cogido al hijo lo mismo que al pobre Eladio, el hijo de Frutos, el de la tienda, que un día amaneció afiebrado y al siguiente colgando por el pescuezo de una encina.

- Hijo ¿qué es lo que tienes?
- Quiero a una morena, madre, que me va a quitar la vida

Tuvieron que perderse primero para poder encontrarse luego. Conscientes los dos desde el principio, agotaron sus fuerzas en amarse y odiarse siempre y mucho. Quince años de sus vidas dedicaron al arte de la pelea. Poco a poco, empleándose a fondo, casi logran la perfección: matarse el uno al otro.

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