jueves, 30 de agosto de 2012

PRÓXIMA PARADA... MACONDO


Me permitirán hoy que, por capricho, les lleve a uno, si no el más, de mis lugares favoritos... Macondo. Primero una aldea de barro y caña brava... Después, un pueblo al otro lado del océano fundado por la familia Buendía. Es un sitio ardiente y abrasador, cenagoso, arruinado... Pero lleno de historias fantásticas. Allí la hipérbole alcanza todo su esplendor. La realidad se encoge y se estira... Y el tiempo se vuelve redondo, así que no precisarán llevar relojes.
En Macondo los hombres procrean gozosamente hasta la ancianidad, los espíritus hablan y las alfombras vuelan. Se comen sabrosas bananas y tortas de cal. En la taberna de Catarino pidan una taza de café amargo, les resucitará los recuerdos. Y no se olviden de visitar el laboratorio y la platería. Debajo - y es un secreto- hay enterrados tres sacos de lona con 7214 doblones de a cuatro.
En el aire flotan las supersticiones y un tremendo olor a pólvora y, por orden del Corregidor, Don Apolinar Moscote, todas casas están pintadas de azul, excepto la del patriarca José Arcadio que, todavía hoy, permanece en el patio amarrado a un castaño.
En Macondo nació  el temible coronel Aureliano Buendía, un  gigante capaz de almorzar medio cabrito y marchitar las flores con sus ventosidades. Promovió y perdió 32 levantamientos militares y tuvo diecisiete hijos varones con diecisiete mujeres diferentes. Ninguno logró alcanzar los 5 años. También allí vive Remedios la bella que sólo sale para ir a la iglesia y siempre envuelta en un misterio de mariposas amarillas. Los hombres que han tenido el honor de verla han quedado locos y extasiados o muertos accidentalmente. Así que: tengan cuidado.
Si viajan en marzo podrán conocer al viejo Melquiades y la tribu de gitanos trotamundos que le acompañan. Regresa al pueblo una vez al año cargado con sus pergaminos en sanscrito y sus fierros mágicos. Lo mismo que el circo, donde los vecinos conocieron por primera vez el hielo.
Durante la estancia es probable que sufran de insomnio, se les coma una manada de hormigas o la locura les haga estragos. No les dije que el viaje es muy muy largo: cien años nada menos. Los suficientes para enfermar de soledad.

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