Recuerdo que el día que me morí era miércoles. Doblaba sábanas
con mi madre y ¡zás! Para gozo mío el corazón se me paró. Sonido de cristales.
Justo hace dos años. Hacía calor. Mucho. Como ahora. Hoy. Pensé que, quizás con
un poco de suerte, me disiparía. Igual que las colonias baratas. Pero, qué va,
no fue ni mucho menos tan fácil. Hube de empeñarme. Para conseguirlo. Morirme,
digo. Casi lo mismo que para volver a nacer luego. La vida es tozuda, terca.
Demasiado. A veces. Horrores me costó convencerla. ‘Total – le dije- ¿para qué?’ Ella se encogió de hombros. Creo que
la rendí. Entonces. O, a lo peor, la sorprendí en un descuido. Le debo una
caña, por eso.
2 comentarios:
Es lo que tiene el corazón, que es caprichoso tanto en su faceta física como psíquica. Cuando hablamos del corazón psíquico, morimos muchas veces en nuestra vida. En lo físico es más jodido; pero si eres capaz de burlar a la muerte invitándola a una caña, me quito el sombrero ;)
Gracias, Jaime. Por leer. Por entender. Gracias.
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