lunes, 29 de agosto de 2011

SOLEDADES

Pensó que el amor en soledad, así a las bravas, era tremendamente desagradecido. Lo que más le fastidiaba del asunto era no poder compartir el pitillo de después recostada contra él. Y qué decir del trastorno que suponía privarse de unos minutos jugueteando con los rizos de su pecho. Aquel pequeño placer la volvía loca... Por último, y no por estar en esta posición menos importante, -se para y reconoce- aunque sí más soportable, estaba el castigo de dormir sola. Sin nadie que la abrace ni respiración contra su cuello. Se enredaba en todo esto mientras su corazón iba recuperando el pulso normal y se recomponía la ropa con suma delicadeza. Frente al espejo del tocador volvió a colocarse el moño en su sitio. Antes de salir metió una mano en las bragas y, como si de un carísimo perfume se tratase, se pasó suavemente el dedo índice por detrás de las orejas. Después, bien derecha, salió del baño con sus tacones de veinte centímetros volviendo a demostrar, pasillo adelante, sus tremendas dotes de equilibrista.

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