miércoles, 15 de octubre de 2008

MI ABUELA Y LA LUNA

Mi abuela es curandera. Me gusta decirlo así, de sopetón, porque impresiona mucho más. No utiliza agua bendita, ni gallinas degolladas chorreando sangre ni humos embotadores de cerebros propios y ajenos. Mi abuela sólo utiliza un plato de latón, un viejo candil de aceite, un poquino de agua (de esa que sale de todos los grifos) y una oración que nunca me ha dejado escuchar. A pesar de ser curandera no sabe curar endemoniados, ni huesos rotos, ni tan si quiera un simple resfriado. Mi abuela cura la luna, que ya es mucho. A estos artificios la enseñó su madre. Mi bisabuela Ángeles fue una mujer demasiado adelantada a sus días y no me cabe duda de que, de haber vivido en la época de Salem, se habría consumido en la hoguera. Pero, de ella ya hablaré otro día.
De por sí mi abuela es un persona muy alegre y vivaracha; sin embargo, cuando está sumergida en sus magias se torna extremadamente seria. Para curar la luna únicamente necesita del afectado un nombre y un apellido. Cuando recibe su encargo busca debajo de la cama sus instrumentos y se encierra en cualquier sitio oscuro a murmurar en voz baja. Rellena el plato de latón con agua y le echa unas gotitas de aceite del candil, mientras continúa con su letanía. Si el paciente está sano el aceite flota sobre el agua tal cual mandan las leyes de la física. Pero si realmente “tiene luna”, ¡misterio!, el aceite desaparece escandalosamente. Entonces mi abuela vuelve a repetir el proceso, una y cien veces, las que haga falta, hasta que la naturaleza recobra su curso y el aceite aparece donde debería haber estado desde el principio. El enfermo está curado.
Siempre he creído a pies juntillas en los poderes de mi abuela. La vida es, a veces, demasiado aburrida y, por eso, creo en la magia. Aún hoy me esfuerzo en hacerlo. Desde muy pequeñita me he sometido a sus curaciones cada vez que “me cogía la luna”. Y es que en mi pueblo es esta la expresión que se utiliza. Yo siempre me imaginé a este satélite blanco que gira sobre nosotros como una dama caprichosa que, cada vez que crece, le da por enfermar a alguien. Pero nunca le tuve miedo, ahí estaba mi abuela la bruja para defenderme. Me fascinaba enormemente ver acudir en tropel a las vecinas y amontonarse en el zaguán. "Luisa, cúrale la luna a mi niña, que hoy anda revuelta". Yo las espiaba detrás de las cortinas y me alegraba lo indecible saber que mi abuela podía conjurar a la bella Catalina.
Hoy en día, en los tiempos del teléfono móvil, internet, los mp3 y mil y un adelantos más, mi abuela continúa ejerciendo su particular magia por encargo. Por supuesto, nada cobra, realmente pienso que ese es su verdadero arte, únicamente el gusto por saberse creída aún, el placer de la confianza. Cierto es que sus pacientes inmediatamente sanan, eso sí, una vez que es vertida sobre ellos la secreta oración que hace perder el norte al aceite y luego recuperarlo milagrosamente.
Esta noche hay luna llena, probablemente la dama de manto plateado volverá a darle trabajo a mi abuela.

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