Recién leído “Madame Bovary” no puedo hoy evitar sentirme un poco más Emma. Al fin y al cabo ¿quién no ha aborrecido alguna vez su existencia? ¿Quién no se ha desesperado frente al presente creyéndose destinado a empresas más maravillosas, más eternas? Y ¿quién no ha deseado alguna vez vivir dentro de otra piel, disfrutar de goces que son de otro o, simplemente, de sus riquezas, de sus éxitos?Hoy me siento Emma y me apellido a mí misma Bovary porque también quisiera vivir una vida llena de aventuras, triunfos y amores que incendiaran mi pecho. Quisiera poder permanecer y no sólo ser parte de algún recuerdo. Quisiera estar en mil lugares a la vez. Quisiera ser al mismo tiempo muchas cosas. Pero, ¡ay!, siempre, siempre, me quedo en el intento.
A veces, como a ella, me ocurre que me encuentro consumiéndome con la frente apoyada en la ventana, los ojos sin mirar fijos en algún punto, y el alma perdida en extravagancias. Preguntándome que habría sido de mí si… O quién sabe el fruto de haber hecho cualquier cosa diferente cuando… Entonces se me escapa el corazón por la boca, enumerando todo aquello que hubiese querido y no tengo, todo aquello que anhelo haber conseguido y ni si quiera he rozado. Enumerando, en fin, todo… Porque siempre en esos momentos se me antoja que nada tengo.
Hoy me siento más Emma que nunca porque también se me acumulan los rencores en el pecho. Rencores contra mí misma que, rebotando en otros cuerpos, se inflan inmensamente y me vuelven más atroces, más viscerales, más mezquinos. Rencores ciertos o inventados. Eso, quizás, no importa. Creo que fue Saramago quien dijo que las mentiras, con el tiempo, verdades se vuelven.
A menudo me aterroriza todo lo que me queda por hacer. Todo lo que me queda por andar, por mirar, por leer, por escribir, por amar...
No hay comentarios:
Publicar un comentario