sábado, 8 de diciembre de 2012

EL VALLE DE LOS ESPEJOS


Tantos viernes hablando de lugares de otros que, hoy, quisiera llevarles a uno mio: El Valle de los espejos. Está ahí mismo, casi a la vuelta de la esquina, y muy lejos… A veces es el paraíso y, otras, el infierno. Un día es luminoso y blanco. Puro, limpio. Y al siguiente negro y oscuro como el mayor de los abismos. Allí las luces son sombras y entre las tinieblas, enredado, puede verse el sol. Sólo deberían arriesgarse los viajeros más osados, los más intrépidos y bravos. No es porque el camino sea complicado, no. Es porque se precisa un corazón de piedra, duro como un cancho. De hielo. Nada de almas frágiles y delicadas, de esas que se creen mariposas. Esas que se abstengan, les cortarán las alas.
En este valle no hay flores, sino espejos. Y ninguno devuelve el reflejo correcto. Todo es lo contrario, nunca lo que debería. Exagerado a menudo, deformado, encogido o estirado en función del cristal con que se mire. La realidad es gorda o flaca, según el vidrio.  De modo que cuidado con el que eligen. También con los senderos. Pues aquellos despejados y en apariencia rectos esconden trampas y peligros. Miren bien por dónde pisan y, sobre todo, cuiden lo que dicen. Les puede resultar una tontería, pero les aseguro que no lo es. El eco, el suyo propio, podría traicionarles.
Acurrucados en la angostura pastan lobos que son corderos. Y allá, en los montes, acechan las ovejas, todas en fila, esperando por si la presa en un descuido tropieza. Vuelan las serpientes en busca de águilas que les resuelvan la cena. Los campos de trigo devoran ratones. Los minutos duran horas y rostros bellísimos guardan cogotes pavorosos.
No debes, no puedes nunca visitante por el camino darte la vuelta. Al menor descuido: ¡zás! ¡Puñal entre costilla y costilla! Y recuerden: han de huir si ven alguna mariposa. Les advertí que aquí no sobreviven. Son buitres campeando.

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