martes, 5 de enero de 2010

MISERIA Y SU HIJA ABUNDANCIA

Miseria y su hija Abundancia vivían en una casa vieja y desvencijada. Se mantenía en pie a duras penas. Las vigas estaban huecas de la carcoma y, de cuando en cuando, se escuchaba la desafinada melodía de crujidos que entonaban puertas y ventanas. Con los años la humedad se había ido comiendo la cal de las paredes y se extendía por los muros formando abultadas ampollas. Las dos mujeres vivían solas. El hombre de la casa había muerto de tisis, estupidez y aburrimiento hacía años. Les dejó una docena de olivos pelones y un puñado de vacas flacas que, más que leche, daban pena. Madre e hija vestían riguroso luto desde entonces, cerrado hasta los puños y abotonado sin piedad casi a la altura de la barbilla. Miseria era una mujer vieja y encorvada del peso de los malos humores. El rostro le había mudado en un mohín desagradable por mascar continuamente envidias y venganzas. Era rencorosa y desconfiada por naturaleza y no había en el mundo otra cosa que le gustara más que pasar horas rumiando despechos detrás de una escoba. Abundancia era desgarbada y medio escuálida. De su padre había heredado los brazos largos, una sola ceja y los pies, que le venían demasiado grandes. Dos hondas ojeras púrpuras le colgaban de unos ojos negros que todo lo miraban sin prestar atención alguna. Hablaba en susurros y andaba por los pasillos arrastrando los pies como si fuera un fantasma. Las dos mujeres sobrevivían como podían atendiendo al manojo de vacas medio muertas que reposaban la desidia a la sombra de los olivos. También remendaban coderas, calcetines y puñetas. Abundancia tenía mucha destreza con la aguja, aunque su ensimismamiento lo pagaba a menudo la yema de su pulgar derecho. El poco dinero que reunían lo guardaba Miseria en una caja de lata bajo el colchón de su cama. La llave la llevaba siempre al cuello, oculta por las dobleces que le formaba el pellejo del escote. Por las noches contaba las monedas. Una vez. Otra. Y otra. Como si fueran a multiplicarse a fuerza de manosearlas. Se le formaba una úlcera en el estómago cada vez que se veía obligada a gastar un real e intentaba estirarlo igual que estiraba los jerseys de la hija desde antes de que le salieran las tetas. Comían pan de ayer y agua clara del grifo. Lo mismo para cenar. Al desayuno le añadían unos posos de café para colorear las tazas. A Abundancia se le empezaron a caer los dientes de no usarlos y el cuerpo se le cubrió de una suave pelusa blanca, la misma que envuelve a los melocotones. Una primavera de lluvias se llevó por delante el olivar, los árboles no tenían fuerza para sujetarse al suelo, y ahogó a unas pocas vacas que aparecieron panza arriba en el corral de la casa. Las otras, viendo que sus compañeras habían pasado a mejor vida, murieron todas de envidia. Miseria y su hija Abundancia se quedaron sin sustento, dependientes de las manos de la pasmada y de su torpe pulgar derecho. Pronto fueron escaseando los encargos y a penas ganaban lo suficiente para gastarlo en aguja e hilos. En la caja de lata había cada día menos monedas que contar y Miseria era atacada por las noches por fuertes dolores de estómago. Pronto Abundancia comenzó a flotar por encima del piso de la casa, tan poco pesaba la pobre lela que su madre debía atarla a la pata de una silla para que no acabara dando vueltas por la casa con cada golpe de aire. Un buen día, Dios quiso que fuera el último, en la despensa encontraron que sólo sobrevivía una patata. Arrugada y minúscula, daba lástima comérsela. Miseria la cogió entre sus manos cual tesoro maravilloso y estuvo observándola largo rato. Su hija la miraba embobada amarrada a la silla mientras que por las comisuras de los labios se escurría el ansia con forma de baba. Tras varias horas de intenso estudio Miseria sentenció: “la comeremos mañana”, y volvió a guardar la patata en la oscuridad de la despensa. Aquella noche se fueron a dormir con el vientre pegado a las costillas y soñaron las dos con enormes tubérculos que una corriente de agua arrastraba a los pies de sus camas. Abundancia no sobrevivió a la madrugada. Miseria murió al alba.

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