Nunca le conocido y nunca podré hacerlo. De él sé más bien poco: era alto y moreno, tenía las cejas infinitamente negras y pobladas, las manos robustas del trabajo en el campo, el corazón en el lado izquierdo del pecho y la sangre roja, roja igual que su alma. Su mujer se llamaba Olaya y se volvió huraña y cana a fuerza de echarle de menos. Antes de irse dejó dos hijos: una niña a la que únicamente vio una vez y que heredó de él el nombre, la tozudez y las cejas firmes; y un niño de tan sólo tres años que, por querer olvidarle, siempre tiene presente su recuerdo. Desapareció un día de verano sin dejar rastro. Nadie volvió a verle nunca, aunque a su niña, aquella a la que sólo vio un momento, a menudo se le aparecía en sueños.
A Luciano Montero Tadeo le pegaron un tiro o unos cuantos. Probablemente le torturaron antes de matarle. Y seguramente, a pesar de todo, murió con el corazón el mismo lado y la sangre igual de roja. Fue a finales de julio, en el 36, en un puente romano. Dicen que de allí lo llevaron a una mina, de la Paloma la llaman, donde enterraron su memoria junto a otras muchas.
El recuerdo de Luciano Montero Tadeo ha permanecido bajo llave muchos años. El dolor prohibió a la palabra volver a nombrarle. Sólo a veces se susurraban las preguntas y un puño en la mesa se imponía como respuesta. Su niña creció mientras soñaba con su padre. Su niño se convirtió en hombre, apuesto y fuerte, pero con una coraza de piedra alrededor del corazón.
Nunca le he conocido y nunca podré hacerlo, pero dentro de poco, si es que hay justicia en el cielo, Luciano será rescatado del pretérito en el que cobardemente le sepultaron para volver al presente. Su nieto, de igual nombre, será el encargado de hacerlo. Por fin, después de tanto y de tantos, la Mina de la Paloma abrirá sus entrañas para devolver los recuerdos y cubrir la cara de vergüenza a todos aquellos que un día quisieron prenderles fuego.
A Luciano Montero Tadeo le pegaron un tiro o unos cuantos. Probablemente le torturaron antes de matarle. Y seguramente, a pesar de todo, murió con el corazón el mismo lado y la sangre igual de roja. Fue a finales de julio, en el 36, en un puente romano. Dicen que de allí lo llevaron a una mina, de la Paloma la llaman, donde enterraron su memoria junto a otras muchas.
El recuerdo de Luciano Montero Tadeo ha permanecido bajo llave muchos años. El dolor prohibió a la palabra volver a nombrarle. Sólo a veces se susurraban las preguntas y un puño en la mesa se imponía como respuesta. Su niña creció mientras soñaba con su padre. Su niño se convirtió en hombre, apuesto y fuerte, pero con una coraza de piedra alrededor del corazón.
Nunca le he conocido y nunca podré hacerlo, pero dentro de poco, si es que hay justicia en el cielo, Luciano será rescatado del pretérito en el que cobardemente le sepultaron para volver al presente. Su nieto, de igual nombre, será el encargado de hacerlo. Por fin, después de tanto y de tantos, la Mina de la Paloma abrirá sus entrañas para devolver los recuerdos y cubrir la cara de vergüenza a todos aquellos que un día quisieron prenderles fuego.
POR LA RECUPERACIÓN DE LA MEMORIA HISTÓRICA.
1 comentario:
Encantado de "gustarte". Desde hace un mes y algo tengo el blog un poco perdido, pero sabiendo que aún existe gente que lo visita seguiré escribiendo. Saludos!
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