sábado, 3 de noviembre de 2012

NUNCA JAMÁS


Si no quieren elegir ni tomar decisiones, si no soportan el peso de las responsabilidades, si retestan resolver problemas, si se niegan a crecer y a cumplir años, si desean creer, recuperar la inocencia… Existe un lugar de mentira al que huir: el País de Nunca Jamás.

El viaje es relativamente fácil. Lo primero que deben hacer es saltar por la ventana. No tengan miedo, no caerán… Si de veras lo desean, les saldrán alas. Porque tener fe es lo mismo volar… Giren en la segunda estrella a la derecha y, después, todo recto hasta amanecer… Tras las nubes encontrarán una isla de moralidad ambivalente, sin obligaciones ni realidades… Una vía de escape a las injusticias, un pedazo de fantasía que gobierna un niño eterno llamado Peter Pan (Pedro Pánico, en castellano). Le reconocerán por sus también eternos calzones verdes. Aunque parece mayor, Peter sólo tiene una semana de edad. El mismo día de nacer se escapó de casa y, al séptimo, decidió que nunca sería adulto. Desde entonces vive en Nunca Jamás, el país de las hadas y de los niños perdidos, todos los que se caen de los cochecitos cuando la niñera – que no la madre- está distraída y, luego, nadie los reclama. Allí son felices, libres de todo afecto humano y a salvo de cualquier atisbo de normalidad.

En la isla podrán conocer a las sirenas de la laguna, a los pieles rojas y a su princesa: Tigridia. Mucho cuidado con los piratas y, sobre todo, con su capitán el, aunque malvado, cobarde Garfio. Le llaman así porque en lugar de brazo derecho tiene un gancho. Lo perdió contra Peter y sus amigos y, con reloj y todo, se lo tragó un cocodrilo. Al animal le gustó tanto el sabor a corsario que, ahora, lo persigue por todas partes para comérselo entero.

Como ven no les faltarán las aventuras… Esta vez - por cierto- irán sólos. Yo no les acompaño. Discúlpenme: hoy les hablo atosigada por el otoño… Como si un disparo del tiempo me hubiera obligado a dejar de creer en las hadas.




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