Si no quieren elegir ni tomar decisiones, si no soportan el
peso de las responsabilidades, si retestan resolver problemas, si se niegan a crecer y a
cumplir años, si desean creer, recuperar la inocencia… Existe un lugar de
mentira al que huir: el País de Nunca Jamás.
El viaje es relativamente fácil. Lo primero que deben hacer
es saltar por la ventana. No tengan miedo, no caerán… Si de veras lo desean, les
saldrán alas. Porque tener fe es lo mismo volar… Giren en la segunda estrella a
la derecha y, después, todo recto hasta amanecer… Tras las nubes encontrarán
una isla de moralidad ambivalente, sin obligaciones ni realidades… Una vía de
escape a las injusticias, un pedazo de fantasía que gobierna un niño eterno llamado
Peter Pan (Pedro Pánico, en castellano). Le reconocerán por sus también eternos
calzones verdes. Aunque parece mayor, Peter sólo tiene una semana de edad. El
mismo día de nacer se escapó de casa y, al séptimo, decidió que nunca sería
adulto. Desde entonces vive en Nunca Jamás, el país de las hadas y de los niños
perdidos, todos los que se caen de los cochecitos cuando la niñera – que no la
madre- está distraída y, luego, nadie los reclama. Allí son felices, libres de
todo afecto humano y a salvo de cualquier atisbo de normalidad.
En la isla podrán conocer a las sirenas de la laguna, a los
pieles rojas y a su princesa: Tigridia. Mucho cuidado con los piratas y, sobre
todo, con su capitán el, aunque malvado, cobarde Garfio. Le llaman así porque
en lugar de brazo derecho tiene un gancho. Lo perdió contra Peter y sus amigos
y, con reloj y todo, se lo tragó un cocodrilo. Al animal le gustó tanto el
sabor a corsario que, ahora, lo persigue por todas partes para comérselo
entero.
Como ven no les faltarán las aventuras… Esta vez - por
cierto- irán sólos. Yo no les acompaño. Discúlpenme: hoy les hablo
atosigada por el otoño… Como si un disparo del tiempo me hubiera obligado a
dejar de creer en las hadas.
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