Hace un par de semanas tuve que ir a unos cursillos de locución. La primera tarde descubrí que respiraba al contrario que todos los mortales y que, probablemente, tenga unos pólipos del tamaño de manzanas en la garganta. También tengo la voz sucia y unos armónicos demasiado graves. Me dan ataques glóticos cuando pronuncio según qué letras en según qué orden y me sube el F1 con las vocales abiertas. En “olor” a la verdad (como diría una buena amiga mia) debo decir que la locución nunca ha sido mi fuerte. Ya en mi modesta carrera universitaria tropecé con esa piedra que a mí se me antojó canchal. Mi martirio personal estaba encarnado por un profesor con apellido de provincia castellana, engominado y cabreado a partes iguales. Lo único que conseguía alterar su tieso flequillo era mi acento extremeño que, por supuesto, había que erradicar. Le ponía nervioso el relajamiento de mi jota y no conseguía distinguir mis plurales. Me acusaba de no pronunciar todas las letras y de unir palabras deliberadamente. Así que le serví como conejillo de indias durante un cuatrimestre entero. Día sí y día también me hacía leer delante de todos mis compañeros con un lápiz entre los dientes para enseñarme a vocalizar. Para mí era un verdadero martirio porque al mismo tiempo que leía en voz alta procurando no comerme sonidos y pronunciar todo lo correctamente posible dadas las circunstancias, estaba pendiente de que no me escurriera la baba por las comisuras de la boca a causa del maldito lápiz. El resultado de tanto espectáculo gratuito fue un sufiente raspado a final de curso y un acento normativo, de esos sin gracia ninguna, que cada vez utilizo menos. A mí me gusta dejar escapar la ese lentamente, que se escurra entre los dientes y se diluya al final de las palabras. Prefiero que la jota respabale por mi garganta y adoro decir que en mi abecedario la hache tambien suena. Sólo utilizo todas las letras cuando me siento delante del microfóno naranja. No con acierto todas las veces, que cuando no me dejo plurales por el camino los pongo donde no los hay. Todavía tengo que prepararme mentalmente para pronunciar la jota sin que se me atasque entre las cuerdas vocales y hay combinaciones de consonantes que me provocan pesadillas. A todo esto tendré que sumar ahora una respiración correcta con sus correspondientes movimientos diafragmáticos, tener cuidado de que no se me estrangule la glotis con tanto ataque y controlar mi F1 para que no acabe yéndose por las nubes como aquel cura que se empeñó en atarse a un puñado de globos de helio. También tendré que visitar a un otorrino para que le eche un vistazo al manzano que me ha crecido en la garganta… O pasar de todo y convertirme en la Bonnie Tyler de las haches aspiradas. Total ¿para qué? Si son pocos los que escuchan.
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