jueves, 12 de marzo de 2009

CONTAR

De pequeñita quería ser actriz para ser muchas personas a la vez. Para poder vivir historias apasionantes. Ser una aventurera, una princesa encerrada en una torre, una ladrona de diamantes, la aguerrida científica que debe encontrar el antídoto para detener una epidemia que promete acabar con la humanidad… Por un momento, por un segundo… Meterme en muchas pieles, saborear infinitas sensaciones.
Mi padre, de profesión funcionario y alma de poeta, me descubrió el tesoro de los libros. Ha sido el hallazgo más importante de mi vida. Pero yo no me conformaba con leerlos, quería escribirlos. A mis delirios de celuloide se unió la fantasía de ser escritora.
Que la vida es sueño ya lo dijo Calderón. Yo me quedé a la mitad del camino entre las dos cosas: me convertí en periodista. Cuento historias y, a veces, tengo la suerte de vivirlas en primera persona. Me falla la síntesis y el exceso de floritura, como a Florentino Ariza en sus cartas a los comerciantes de la Compañía Fluvial del río Magdalena. No acabo de encajar muy bien aquello de “cuéntalo como si se lo dijeses a tu abuela”. Y hace ya mucho tiempo que se me olvidó el punto y coma. Intento domar las palabras para que acaben encajando en mis frases todas torcidas. A menudo tengo lagunas de vocabulario. Y creo firmemente que casi todos los verbos pueden ser reflexivos.
Trabajo ocho horas al día que, a partir de las ocho y media, siempre se reducen a un minuto. Pero tengo la infinita suerte de poder contar lo que veo.

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