Hay una estación de autobuses que es la más bonita del mundo. Y no es por haber sido diseñada por un famoso arquitecto, ni por mostrar materiales nobles, ni por estar decorada con frondosos y cuidados jardines, ni si quiera por alzarse en una ciudad de piedras viejas y emperadores que un día fuera capital de La Lusitania. Es más bonita que las demás, a pesar de ser anticuada, sucia y fría; a pesar de que las mesas de su cafetería nunca estén limpias y los asientos siempre estén pegajosos. Es más bella que cualquier otra aunque el suelo esté lleno de papeles y sus paredes sean de bastos ladrillos; aunque el sistema de aviso de llegadas y salidas y se equivoque más veces de las que acierta; aunque la mitad de las ventanillas de venta de billetes estén eternamente desatendidas y los revisores sean invariablemente oscuros y desagradables. Es la estación de autobuses más hermosa del mundo porque un día sirvió de parada a dos corazones vagabundos y de encuentro a unos labios que tiritaban, porque sus dársenas fueron testigos del abrazo más sincero que jamás ha existido y de la mirada larga y cálida de unos ojos que hacía mucho tiempo que se buscaban. Aquella estación se convirtió por unas horas en ese reino muy, muy lejano en el que nacen y se gestan los cuentos. Dos cuerpos con el alma por fuera, temblando y empapados por la lluvia, sin haberse visto nunca se reconocieron al instante. Las manos hablaron, las bocas tocaron y las almas se agitaron en un mismo suspiro. Existe una estación que es la más bonita del mundo porque entre sus muros esconde la historia de un duende y una princesa.
3 comentarios:
Tuvo que ser muy bonito ese encuentro porque la estación de Mérida...ejem ejem. Saludos!
Lo fue, poeta.
¿Qué tiempo necesita un espectáculo como el del Valle del Jerte en marchitarse?
...tan rápido como los sentimientos de aquella alma que no se ha vestido nunca por los pies.
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