- Me das miedo – dijo.
Aleteé asombrada.
Entre el amor y el odio
hay una rosquilla, un corte de pelo y un amigo bocazas, una noche de
verano, un portazo, un río, una verbena desafinada, una caravana.
Entre el amor y el odio hay 68 kilómetros de autovía. Hay una
cueva, un faro, una guitarra, tostadas con tomate, una voz que no es
la mía. Hay siete jardines, un rebaño de mariposas blancas, una
marea de caracoles, una fotografía en blanco y negro, 73 días, una
luna llena. Hay un teatro, café recién hecho, unas zapatillas
rojas, cazón en adobo, diez atardeceres, un cumpleaños. Hay un
hospital, un bicho palo, cuarenta y tres grados a la sombra, una
cometa, un pueblo blanco, otra cicatriz por valiente, carne con
tomate. Entre el amor y el odio hay un camión de hielo, un par de
tacones rotos, un cuarzo rosa, varias constelaciones, un rap, un
campo de girasoles. Hay un perro sin dueño, colillas, libros de
viajes, poca poesía, flores secas, unas pinzas para las cejas. Hay
zumo de sandía, un gato amarillo, un bote de espuma, un peine, una
raíz de jengibre, un abismo, una oveja negra. Entre el amor y el
odio están todos los cuentos de Gabriel García Márquez, también
las Villuercas, hay una charca, un espejo redondo, un golpe de estado, una bicicleta. Hay un par de cervezas y dos chupitos de
limón. Hay una pecera. Entre el amor y el odio hay un finísimo hilo
que es una mentira. Tan mínimo es que, si te distraes, no lo ves. Yo
avanzo haciendo equilibrios y tan pronto caigo hacia un lado como
hacia el otro.
- ¿Cómo?
- Me das miedo –
repitió.
Ha pasado un mes y
aún sigo volando.